martes, 10 de marzo de 2009

A este árbitro sí que lo pillaron

Una vez, hace ya varios años, en el estadio Santa Laura, los hinchas que estábamos presentes no entendíamos qué diablos estaba pasando.
Justo detrás del arco norte, donde se supone debía estar la barra de uno de los equipos que jugaba esa tarde, no había una tropa de idiotas cantando como monos (que me disculpen los monos), sino que un reducido grupo de muchachos bañados en negro.
Poleras negras, banderas negras, bolsas de basuras negras, papel picado negro. Todo lo que había era negro. "Alguien estará de luto", soltó un caballero barbón que estaba a mi lado.
Pero pasó un par de minutos y la cosa se empezó a aclarar. Uno de los que lucían de negro sacó un cartel que rezaba "Árbitro estamos contigo".
Más claro quedó el asunto cuando los jueces del encuentro aparecieron en la cancha y, mientras todo el estadio los pifiaba, este ramillete de hinchas extraños comenzó a cantar.
Cuento corto, se trataba de un piño de universitarios que intentaba sumar puntos para una competencia de su facultad. Nadie en su sano juicio, menos alguien que vibre con el fútbol, puede alentar a un árbitro.
Bueno, eso no pasa en ningún lado y menos iba a ocurrir en Bélgica, donde este último fin de semana un juez suplicaba por una barra como la que esa vez estuvo en Santa Laura.
Se trata de Peter Vervecken, quien en un choque de la liga belga entre Gante y Tubize sufrió como condenado. El partido lo ganaba el local por 1-0 cuando al hombre de negro pitó un penal para el cuadro que estaba en ventaja.
Según cuentan, Vervecken se dio cuenta al instante que había metido las patas hasta el fondo con su cobro y, lo primero que hizo, fue correr hacia el portero que se acomodaba para ser fusilado. Dicen que el árbitro miró a los ojos al arquero Nicolás Ardouin y le rogó que tapara el tiro.
"Después de cobrar penal, el árbitro me dijo sávame y páralo, por favor", confesó Ardouin, que obviamente no atajo el penal. El muchacho contó la anécdota muerto de la risa, ni siquiera preocupado por la derrota de su cuadro por 2-0.
Pero el pobre Vervecken se defendió. "Simplemente animé al portero. Nada más. Posiblemente, me comprendió mal", dijo el réferi, que a esas alturas ya no tenía cómo echar la historia atrás.
Ahora, una sola pregunta: ¿No era más fácil ir donde el ejecutante del penal y rogarle que lo pateara a las nubes? Da lo mismo, los más probable es que ese jugador igual hubiese marcado, además de soltar el caset.

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