martes, 9 de diciembre de 2008

Negro querido

Domingo, 03.15 horas. Los bares del Barrio Inglés, en Coquimbo, arden y por sus calles algunos aún damos vueltas sin decidir dónde seguir estirando la noche.
Estoy en eso, creyendo estar con los ojos bien abiertos, cuando mi novia me desacomoda. "Mira, ése no es Sulantay", me dice y yo, que no soy coquimbano, me sorprendo con el anuncio.
El Negro va saliendo del pub "La Esquina", del cual es dueño, con su típica chaqueta de cuero. Da un par de pasos y un grupo de trasnochadores lo detiene para sacarse fotos con él.
La noche anterior, en la que también di vueltas por ese regado barrio (no creo que sea necesaria una explicación para eso), la escena había sido la misma.
Parece extraño, pero las ciudades porteñas siempre dan señales de lo que el fútbol significa ahí. Y si las banderas aurinegras de Coquimbo Unido flameando sobre los techos de las casas de la ciudad ya me habían llamado la atención, lo ocurrido con Sulantay terminó por confirmarme la pasión que el fútbol provoca en los puertos.
Los wanderinos Choro Navia, Juanito Olivares y Raúl Sánchez pueden dar fe de ese fervor en Valparaíso y Óscar "Jurel" Herrera podría hablar de lo mismo con Naval en Talcahuano. Y lo que impresiona es que el entusiasmo sigue intacto aunque estos clubes pasen más años en los potreros que en Primera.
Ese fanatismo es tan puro y honesto que acaso por eso que sus ídolos son tan nobles, como el propio Negro Sulantay.
El hombre se fotografió por largos minutos con cada curahuilla que llegó a su lado y cuando yo, que me colé en el lote para retratar la escena, fui el número 20 en hincharlo con que posara para la cámara, él sólo me respondió con un "déle no más mijo".

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